Chile ha visto con gracia cómo se organizan y
reorganizan actos conmemorativos, sacando y reponiendo invitados de la mesa,
reordenando a la fuerza el mapa político para llevarlo a los antiguos “tres
tercios”; incluso el impulso conmemorativo llegó a La Moneda reajustando la
memoria. Así los 30 años del Plebiscito se convierten en otra buena oportunidad
para reflexionar.
Hace unos días
atrás terminé otra vez de leer el libro “La historia oculta del régimen militar”,
y a la luz de sus páginas observo lo ocurrido las últimas semanas, donde se ha
producido el revival del plebiscito del ’88, en medio de un escenario
interesante de observar a nivel político, que no podemos dejarlo pasar a
propósito. Valga como advertencia que para hilvanar algunas ideas solo usaremos
las denominaciones “derecha” e “izquierda”, a fin de hacerlas funcionales al
binomio “Si” y “No”.
Por una parte, hoy
la derecha sigue poblada por quienes vivieron la “debacle” de los ’70, que abogaron
por la intervención armada que alimentaba Estados Unidos y que ya había cobrado
intimidatoriamente la vida de un General y un Almirante de la República; que asumió
como “mal necesario” el asesinato selectivo, la tortura y desaparición de
contrarios y que celebraron cada “11 de septiembre” como una epifanía; esa
derecha hoy ha incubado un poderoso movimiento de jóvenes que, criados en su
seno, alimentados ideológicamente en un anti izquierdismo militante, plantean
con verosimilitud que les redime el hecho de ser jóvenes y convenientemente trabajan
un remozamiento de la derecha, renegando en público de lo que aún les anima en
privado, buscando legitimar su opción como una nueva oportunidad en el
electorado. Así, no sienten que la opción “Si” del plebiscito sea en lo
concreto la banalización de la tragedia, una forma de ensalzar los logros del
régimen como contrapeso a la barbaridad, entendida esta, por último, como un
costo de las “modernizaciones” y el “salto al desarrollo”, como diría José
Piñera.
En cambio hoy la
izquierda (como dije, no usaré tampoco acá los “centrismos”, para no evadir el
bulto), a 30 años del plebiscito, está básicamente dividida en tres:
Un frente compuesto
de un amplio contingente de no militantes, que participaron tempranamente del
movimiento popular de derrocamiento del dictador y que, como el comunicador Patricio
Bañados, también tempranamente después del plebiscito, fueron desplazados y
olvidados, convertidos en un millar de rostros e historias irrelevantes para la
democracia, que se mimetizaron con todo el mundo y ellos, que eran todo el
mundo, desplazados, perdieron protagonismo y fuerza para decir: esto no es lo
que queríamos. Las tarjetas de crédito y las urgencias pudieron más, en medio
de la segunda oportunidad que brindaban a Chile los commodities. Por ello, su
ausencia a la hora de determinar la paternidad del No.
Otro frente es el
militante, que poco a poco fueron desplazados a lugares menores, de poca o nula
influencia, postergados bajo la sombra de las figuras de la transición y su
pléyade de “aparecidos”, de “hijos y sobrinos de”. Los militantes llenaron las
calles con sus gritos, elaboraron lienzos multicolores, panfletearon a costa de
palos y gas, rayaron murallas y en el peor de los casos murieron en medio de
protestas y del olvido, y los que vivieron para la gloria del día después,
quedaron bajo los escenarios, repartiendo el sánguche, ordenando después del
acto, cobrando relevancia para las internas partidarias y de ahí, si te he
visto no me acuerdo.
El tercer frente en
la izquierda es el de los jóvenes, esos que sienten vergüenza de la transición,
esos que critican la falta de épica y el afán de burócratas que lo invadió todo
y que hoy se organizan en otra miríada de
movimientos y partidos, porque eso si es congénito de la izquierda: la
atomización. Esos jóvenes que miran con recelo y distancia a los próceres, que
sospechan de la militancia, que no se conforman con lo que se conformaron los
padres y madres del No, están activos y pujantes, aunque su dirigencia carga
los males de los viejos también, como diría Gabriel Salazar: el caudillismo y
el peligro constante de convertirse en una burguesía de izquierda.
Como corolario,
podemos señalar que después del plebiscito la izquierda, a diferencia de la
derecha, tiene a lo menos tres espacios de discusión y memoria perfectamente definidos
y por sobretodo, irremediablemente divididos; con una evaluación crítica del
proceso derivado después del ’88, que la derecha se ufana de señalar como de
“aceptación del modelo económico” y otros de izquierda, como la vergüenza de la
profundización de dicho modelo a costa de la desmovilización persistente y la
negación de un cierto pacto social mudo que animó la derrota de la dictadura y
que sostenía la esperanza de cambios en la esfera económica que cerraran las
brechas, mejoraran la igualdad de oportunidades, repensara el papel subsidiario
del Estado, sacándolo del modelo decimonónico –en palabras de la filósofa
conservadora Chantal Delsol- al que lo llevaron los Chicago boys. Los chilenos reconocen
que las condiciones materiales han cambiado enormemente en este período, pero
como lo señaló críticamente un reciente artículo de The Economist, saben que el
milagro es inconsistente con una política de desarrollo orientada al bien
común, sino más bien el resultado de un golpe de suerte en la ruleta de los
commodities.
Por eso es que en pocos meses
Chile ha visto con gracia cómo se organizan y reorganizan actos conmemorativos,
sacando y reponiendo invitados de la mesa, reordenando a la fuerza el mapa
político para llevarlo a los antiguos “tres tercios”; incluso el impulso
conmemorativo llegó a La Moneda reajustando la memoria. Así los 30 años del Plebiscito
se convierten en otra buena oportunidad para reflexionar con serenidad y ánimo
crítico, lo que Patricio Bañados dijo hace un tiempo y que está en la base de
un cierto malestar taimado de la sociedad chilena: “En el plebiscito del ’88
ganó el Sí. Hubo más gente que votó que No, pero ganó el Sí.”
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