lunes, 13 de junio de 2011

El desprestigio de la


Cada cierto tiempo se apoderan de los titulares algunas frases hechas que luego de tanto repetirlas se convierten en mantras, cosas que se repiten hasta el hartazgo por moda o por interés.
Ese es el caso del intimidador “ambiente enrarecido” de la política chilena. Un eufemismo que encierra en sí una serie de fenómenos que han concurrido para lo que se puede verificar aquí y allá: que la política sigue desprestigiada y que los grupos de expresión se hacen más frecuentes e inorgánicos, sin que las coaliciones, y menos los partidos, puedan representarlos.
La virtud que tiene la política, y de ello nos recuerdan las lecturas de los clásicos griegos y los ilustrados, es entregar a la sociedad la posibilidad de expresar orgánicamente y en libertad las legítimas diferencias e intereses de los distintos grupos que la componen. Ya Gwyn nos recuerda que “la libertad es el bien capital de la sociedad civil”, pero hoy enfrentamos la necesidad de preguntarnos hacia dónde va esa legítima libertad sin conducción política pues, atendiendo la tesis de Philip Pettit respecto de dicha libertad, esta “no es algo cuya promoción por otros medios –que no sea la política- pueda dejarse en manos de los individuos.”
A contrapelo, en los últimos cincuenta años de nuestra historia, se vino dibujando un discurso antipolítico que tuvo su máximum en la expresión, tan propia del gobierno militar, de esa jerarquía arquetípica en que se convirtió la frase: “señores políticos”.

Existe una conocida tesis de izquierda que comentábamos días atrás entre políticos, de que una parte de la derecha más dura –junto a sus medios de comunicación de masas- hizo una fuerte apuesta por desprestigiar la clase política, con miras a desarticular a los grupos de demanda con sus partidos representantes o quienes aspiraban a serlo. El resultado sería la desmovilización de las masas y un individualismo que marcara la búsqueda de soluciones personales, “rascándose cada uno con sus propias uñas”. El fin de la Historia, la promiscuidad política que no permite observar los lindes entre izquierda y derecha, el fin del debate ideológico por considerarlo un ejercicio decimonónico, la emergencia de una política postmoderna ligth, todo eso y más iba para allá.

Pero el resultado como nos recuerda Hayek, ha sido absolutamente distinto al que se quiso. No sólo se desprestigió una parte de la política, su clase, sino que fue toda ella la dañada. Eso lleva a que en lo sucesivo tendremos que el escenario de lo público estará sometido al arbitrio de individuos desconfiados de la expresión de ideas orgánicas en un espacio determinado para ello, desconfiados de la Política con letras grandes, muy a pesar de todos los que creemos en la República.