domingo, 4 de julio de 2010

Autoridad y mala educación

La Encuesta Nacional de Primera Infancia, realizada por la Junji, Unesco y Unicef, nos señala que el 53% de los padres dice tener problemas para imponer y hacer cumplir normas a los hijos.

Seguramente a Usted como a mi, no nos sorprende lo bajo del porcentaje, porque a vuelo de pájaro uno tiende a pensar que este es un fenómeno algo más extendido que este preocupante 53%.


Es cosa de ver al interior de la escuela –vuelta al tema a pesar de que el Simce ya pasó- donde padres sin autoridad abogan por terminar con la autoridad dentro de la escuela, quedando el niño y la niña, por no hablar de lo evidente en el caso de los jóvenes, a merced de sus impulsos, construyendo sus propios mecanismos de defensa y oposición grupal, respecto al dominio de los otros (Uso aquí el término “dominio” en el contexto de la obra del biólogo Esteban Maturana).


En la escuela vemos a padres y apoderados cuestionar los dispositivos disciplinantes, pero luego lamentar la efervescente aparición de la intimidación mediante ataque, conocida hoy como “bullying”.


En la escuela vemos proliferar medidas no pedagógicas que consumen la acción pedagógica a que está llamada la escuela, como por ejemplo la Jornada Escolar Completa diseñada para retener estudiantes en el establecimiento y reducir la incertidumbre que obligaba al 50% de la población (léase las madres) a no emplearse, encogiendo la oferta de mano de obra.


Las cosas por su nombre: es que en Educación hace rato la Pedagogía importa menos que lo que otras disciplinas, como la economía y la sociología estiman importante.


Psicólogos y Asistentes Sociales en el sistema escolar convencieron a nuestros jóvenes padres de la emergencia de una nueva era en el trato familiar, donde los derechos terminan por estar por sobre las obligaciones y donde transar la autoridad era la forma de nivelar las carencias de tiempo y dinero respecto a los hijos. Y claro, la base de la estructura del sistema escuela terminó por caminar desacompasadamente este nuevo camino. El profesor que pone orden es autoritario, el exigente no da cuenta de la diversidad y el estudioso no es más que un “perno”.


Pero para que la pedagogía fluya requiere de un ambiente disciplinante donde sea posible no sólo hacer la clase, si no también se promueva el esfuerzo, el aprendizaje efectivo, donde el niño y la niña sientan seguridad y protección, sepan de normas claras de convivencia y autoridad a la hora de hacerla cumplir en beneficio de todos, donde la nota y la repitencia no son un “accidente”, si no una herramienta pedagógica.


El punto, para los que pretendan caricaturizar esta posición, no son palmadas más o palmadas menos, ni castigos innombrables, el punto es que debemos entender que los niños y niñas son personas en proceso de formación y la formación requiere estándares, normas e incentivos. El proceso de formación requiere de autoridad y también prudencia… pero dentro de esa posición innegociable de autoridad.

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