viernes, 5 de marzo de 2010


No me había sentado frente al computador hace días. Este terremoto que sacudió toda esta tierra no sólo ha dañado severamente nuestra casa, sino que también nuestra confianza.
Ya contaré sobre las enormes peripecias para llegar que hicieron resistir los ánimos de todos mi compañeros hasta la frontera de lo soportable. La presión por llegar, la presión por estar con los nuestros, el tiempo que no transcurría hicieron mella y ya habrá momento para pedir disculpas y para aceptar.
Estuvimos con el Intendente y antes de que las preguntas inundaran la sala, nos explicó las condiciones en que estábamos. La región ha sido declarada zona de catástrofe, pero parece que nadie se da por enterado fuera de nuestros límites, pues sólo se habla de los daños en Maule y Bío Bío.
Por el relato de los Consejeros sabemos que Lolol y Pumanque están prácticamente en el suelo, las caletas han sido barridas, Coltauco y Peumo están muy golpeadas, con las construcciones de adobe por el suelo y Rancagua sortea los embates de la prensa más que los del terremoto y suma y sigue.
Acá la situación de seguridad no ha escalado como en las regiones vecinas y eso nos resta notoriedad… a estas alturas creo que eso ya es buenísimo y más tarde tendré la oportunidad de comprobarlo en carne propia.
Al día siguiente he tratado de recorrer parte de la región, haciendo preguntas, observando cómo se desarrolla en la práctica la coordinación entre el Gobierno Regional y las comunas. La situación es difícil, pues ante la posibilidad de hacer gastos con cargo a la Intendencia con facturas a 30 días, los proveedores se resisten a aceptar y exigen pagos al contado.
Otros lisa y llanamente se niegan a vender alegando falta de existencias, en lo local, observamos que no pocos comerciantes suben indiscriminadamente los precios para lucrar en esta hora en que todos son más vulnerables. El pan alcanza en algunos lugares los mil ochocientos pesos.
En el caso de Peumo la normalidad estuvo propiciada por la rápida reapertura de Unimarc que con sus precios de siempre estabilizó la especulación. Ha sido una ayuda inestimable en estos momentos.
Mientras escribo las réplicas se suceden.
El jueves hemos partido de madrugada con mi hermano en una camioneta cargada de víveres y agua hasta Concepción. No sabíamos cómo estaría la situación en la capital regional, ya que las informaciones de la prensa (que avergüenza a Chile) son alarmantes y nuestros parientes, cuando por acaso logramos contactarlos no saben mucho más.
Las escenas allí fueron sacadas de una película, la puesta en escena consistía en militares en sus camiones recorriendo la ciudad, carabineros de fuerzas especiales conteniendo la ciudadanía, largas filas de kilómetros de largo intentando obtener diez mil pesos de bencina, otras filas de gente tanto o más largas intentando hacerse de un paquete de mercadería en los puestos instalados por la autoridad.
La ciudad está literalmente arrasada, no es el Concepción que recordamos, sólo es su sombra, la ciudad destruida oscurece las caras de los vecinos.
Partimos dejando a nuestros familiares resistiendo, queriendo aún su tierra, como la mujer de la fotografía de Concepción, que recoge lo que queda.

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