miércoles, 10 de marzo de 2010

En pocas horas más se habrá producido el cambio de Gobierno, en medio de la administración de una catástrofe que ha involucrado a la parte más poblada del país.
Más allá de los sondeos que siguen mostrando el cariño ardoroso y casi religioso por la Presidenta Bachelet y el de las expectativas sobre el gerenciamiento de la República que ha prometido Piñera, nosotros en la región veremos llegar un hombre con un currículum que estremece, de esos que sólo se ven en las páginas de Economía y Negocios de El Mercurio y que sin embargo, en el tráfago de la vida de un académico y empresario, reside también entre nosotros.
Con lo del terremoto tan encima, la verdad que cada una de las ideas que me había hecho sobre el primer Intendente regional de la era Piñera, se han terminado por desdibujar y sólo albergo esperanzas.
Veo la impaciencia de mis colegas de la Alianza que comienzan a sentir la presión de ser Gobierno, con un Gobierno saliente que termina electrizado, con un avance que no para, o sea, sin aquello que se suele llamar en política como el “síndrome del pato cojo”. Incluso he leído a adictos al próximo gobierno casi clamar al cielo porque ese síndrome se de de una buena vez para permitir el ensamble de la nueva administración.
Y creo que es eso justamente lo que ahora me preocupa: el ensamble.
El próximo lunes veremos de qué es capaz la Alianza a la hora de armar equipos, sobre lo cual no deseo adelantar juicios. Sólo pienso en el ensamble, en cómo se realizará la posta ya iniciando el año hábil en Marzo, cómo se asumirán los desafíos de ocupar las plazas, de sobrellevar las obligaciones autoimpuestas por parte del Gobierno Regional, cómo se irá en ayuda de quienes lo perdieron todo o casi todo, cómo llegará la ayuda a lo que damos en llamar “clase media”, ese grupo humano que gana cerca o poco más de $ 400.000.- y que por tanto no es sujeto de beneficios y que ahora está con serios problemas para reconstruir.
En fin, no adelanto juicios, adelanto preguntas que sólo los días irán completando con respuestas y evaluaciones que durarán cuatro años, cuatro años marcados por unos pocos minutos de una madrugada a finales de Febrero, para bien o para mal.

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