jueves, 14 de julio de 2011

Lo difícil de gobernar

La cuestión pública como se ve es para preocuparse. Sucede que de un tiempo a esta parte se nota en Chile una efervescencia que no puede sino llamar la atención y que se enfoca fundamentalmente a temas no resueltos, a pesar de las promesas.

La gente convencida de la legitimidad de sus demandas no duda en expresarse en encuestas, en internet y en la calle, sobre una parrilla de temas que han encendido luces de alarma, al punto que la propia vocera de Gobierno asumió sin pasmo el celoso monitoreo de redes sociales. Pero vemos que aún revisándolas religiosamente, adivinado el clamor popular mediante focus group y encuestas flash, amén de las maneras más institucionales como las CERC, Adimark, CEP, entre otras, el Gobierno no da pie en bola.

Conversando de política con un par de vecinos mientras comprábamos bebidas en un negocio de población, confirmé que hoy más que nunca la gente común y corriente ha ido dando con lo que Hessel plantea en su libro “Indignez-vouz”: que no estar ni ahí con la política es una forma manifiesta de estar de acuerdo con la injusticia y la inequidad, con la vulgaridad de un tipo de política y su vacío retórico, no estar ni ahí es ser cómplice de la propia condición de desplazado de la vida pública.

Las personas de la calle, esas que no participaban de los partidos y movimientos de acción política, sienten que llega la hora de tomar con las manos el desafío de conducir la sociedad. Como si la extensión del consumo no fue suficiente para aplacar las multitudes, como si tanta tarjeta de multitienda no fue suficiente para sedarnos a todos, hoy la gente desea intervenir y marcar la agenda, revelarse contra una forma de representación que no es ni totalmente representativa, ni es totalmente diversa. La gente mira cada vez con más desconfianza informada a las elites y su tejido social mínimo, reducido y cerrado como casta, pero tan influyente. Y aquí se produce una diferencia no menor, pues históricamente los movimientos han sido liderados por una elite que conduce, sin embargo hoy, con la democratización en las comunicaciones, los liderazgos se diluyen y los movimientos masivos se hacen horizontales.

La respuesta consabida a una realidad tan cambiante respecto a los parámetros clásicos, para el caso chileno es un Gobierno inmovilizado, dándose de cabezazos. No puede ser que un Gobierno se enfoque en encuestas y números, desconociendo la máxima de Benjamin Disraeli, quien nos recuerda de que existen tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y la estadística.

Números no son obras. Lo que la gente resiente es que el discurso del Gobierno sobre eficiencia no se haga aún realidad; que la eficiencia en la reconstrucción sea una casa digna para vivir y un documento administrativo; que la eficiencia en el gasto sean obras en todas las comunas sin veto; que la eficiencia económica se traduzca en ingresos para subsistir, en fin.

Pero nada de eso hemos visto, como si el anatema sobre los gobiernos de gerentes, la maldición de Alessandri como podríamos llamarla, no quisiera dar tregua. El Presidente días atrás, con tono agobiado confesó en un acto público que es difícil gobernar y creo que se equivoca rotundamente, pues hasta mis vecinos saben y así me lo decían mientras comprábamos bebidas en el minimarket, que lo verdaderamente difícil es prometer que todo será distinto, esperando que una sociedad completa se olvide y no te cobre la palabra.

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